Haciendo una rápida descripción teórica -de esas aburridas que te puedes saltar- podemos resumir que la cámara, al igual que el ojo humano, sólo puede enfocar a un punto concreto -a una distancia concreta sería lo más adecuado- en cada momento. Técnicamente, sólo el plano en el que se sitúa ese punto se vería nítido. Gracias a Dios, el desenfoque que se produce desde ese punto hacia planos anteriores -delante- y planos posteriores -detrás- no es abrupto, sino que es muy suave -degradado- lo que permite que interpretemos como enfocados muchos planos. Todo esto se basa en un confuso concepto llamado círculos de confusión. En el post de la semana que viene nos meteremos de lleno en este concepto a ver si conseguimos sacar algo en claro.
De momento, vamos a aceptar que nuestra cámara enfoca a un rango de distancias. Uno de los principio básicos de la buena fotografía es el siguiente: el centro de atención de la imagen, el protagonista de la misma, debe estar en foco. Esto, que parece obvio en muchas situaciones, no lo es tanto en otras un poco más rebuscadas. Por ejemplo: si estamos fotografiando una magnífica fuente en un contexto urbano, parece lógico que nuestro enfoque se sitúe en la fuente, de manera que ésta se vea nítida y el fondo, quizá los edificios, que tienen menos importancia, se difuminen un poco. Sin embargo, si pensamos en un retrato a muy primer plano, podría parece que nuestro sujeto es el centro de atención. El problema viene porque con las condiciones precisas -ya hablaremos de esto- igual no está en foco la oreja y la nariz a la vez. En situaciones así siempre debemos pensar cual es nuestro punto de interés. Posiblemente en este ejemplo, sean los ojos del sujeto, y debemos fijar el enfoque en ellos.
Para enfocar, los objetivos suelen traer una rueda en su parte frontal, llamada rueda de enfoque, que permite mover el conjunto de lentes para conseguir un punto de enfoque concreto. Como decía antes, el enfoque se realiza a un punto -un plano- que está a determinada distancia. Por ese motivo, muchos objetivos incluyen una escala en metros que representa la distancia concreta a la que se sitúa el enfoque. Además incluyen una serie de marcas que comentaremos llegado el momento.
A día de hoy, casi el total de las cámaras -quizá con la salvedad de las telemétricas- disponen de un sistema de enfoque automático, bien un sistema de detección de fase, bien un sistema de enfoque por contraste.
El primero de ellos, la detección de fase, requiere un sensor específico que, habitualmente, obliga a que la luz vaya hacia él, no permitiendo que vaya al sensor de imagen. Es el mecanismo usado en las réflex, ya que el sensor sólo debe captar la luz en el momento del disparo -obturación- y no en todo momento. Es un sistema eficaz, muy rápido -su mayor ventaja- y que funciona tanto en condiciones de mucha luz, como en condiciones escasas de ella.
Sin embargo, las cámaras compactas, las EVIL o incluso las réflex en modo LightView (visualización en pantalla) necesitan que el sensor de imagen capte la luz para mostrarnos en el display lo que estamos encuadrando. Por tanto, dicha luz no puede llegar al sensor de detección de fase y no pueden utilizar este matemático método de enfoque. En su lugar, se usa el sistema de enfoque por contraste -basado en buscar el punto de mayor contraste entre bordes- que es más lento, menos preciso y requiere buenas condiciones luminosas.
Bien sea manualmente o bien mediante el sistema de autofoco, una vez que tenemos nuestra imagen definida, podremos disparar.

No es fácil explicar esto de manera sencilla, así que si teneís cualquier duda al respecto, estoy a vuestra disposición.
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